jueves, 12 de junio de 2008

Mensaje de La Primera Presidencia

Un tesoro de valor eterno

POR EL PRESIDENTE THOMAS S. MONSON
Liahona, Abril 2008, págs. 2 – 7

Prepárense para el futuro

Vivimos en un mundo cambiante; la tecnología ha alterado casi cada aspecto de nuestras vidas. Debemos hacer frente a estos adelantos —incluso a esos cambios catastróficos— en un mundo en el que nuestros antepasados nunca soñaron. Recuerden la promesa del Señor: “…si estáis preparados, no temeréis”. El temor es el enemigo mortal del progreso. Es necesario preparar y planificar a fin de no desperdiciar nuestras vidas. Sin una meta, no se puede lograr el verdadero éxito. Una de las mejores definiciones del éxito que he escuchado es más o menos así: El éxito es la realización progresiva de un ideal encomiable. Alguien ha dicho que el problema de no tener una meta es que podemos pasar la vida ocupados sin lograr nada que valga la pena. Hace años había una canción romántica e imaginativa que tenía estas palabras: “El sólo desearlo lo hará realidad; sólo sigue deseando y tus inquietudes se esfumarán”. Quiero declarar aquí y ahora que el desear no reemplazará la preparación minuciosa para afrontar las pruebas de la vida. La preparación es trabajo arduo, pero es absolutamente esencial para nuestro progreso. Nuestra jornada hacia el futuro no será una carretera llana que se extienda de aquí a la eternidad; por el contrario, habrá bifurcaciones y bocacalles y, naturalmente, baches inesperados. Debemos orar a diario a un Padre Celestial amoroso, que desea que cada uno de nosotros triunfe en la vida.


Prepárense para el futuro.

Vivan en el presente A veces permitimos que los pensamientos del mañana ocupen demasiado del presente. El soñar en el pasado y añorar el futuro quizás brinde consuelo, pero no tomará el lugar de vivir en el presente. Hoy es el día de nuestra oportunidad y debemos aprovecharla. El profesor Harold Hill, en la obra The Music Man, de Meredith Wilson, hizo la advertencia: “Si amontonas suficientesmañanas, descubrirás que has coleccionado muchos ayeres vacíos”. No habrá mañanas que recordar si no hacemos algo hoy, y a fin de vivir hoy más plenamente, debemos hacer loque es de mayor importancia. No dejemos para después las cosas que son más importantes.Recuerdo haber leído el relato acerca del hombre que, poco después del fallecimiento de su esposa, abrió el cajón de la cómoda donde encontró una prenda que ella había comprado cuando habían visitado el este de los Estados Unidos hacía nueve años. Ella no se la había puesto porque la estaba guardando para una ocasión especial.Ahora, por cierto, esa ocasión jamás llegaría. Al relatar la experiencia a una conocida, el esposo de la fallecida dijo: “No guarden algo sólo para una ocasión especial. Cada día de su vida es una ocasión especial”.Esa amiga dijo más tarde que esas palabras cambiaron su vida; le sirvieron para dejar de poner para después lo que era más importante para ella. Dijo: “Ahora dedico más tiempo a mi familia; uso la mejor vajilla todos los días; me pongo ropa nueva para ir al supermercado si eso es lo que quiero. Las palabras ‘algún día’ y ‘un día’ están desapareciendo de mi vocabulario. Ahora hago tiempo para llamar a mis familiares y amistades. He llamado a viejas amigas con las cuales había tenido algunas diferencias, para reconciliarnos; digo a mis familiares lo mucho que los quiero. Trato de no demorar ni dejar para después algo que podría traer sonrisas y alegría a nuestra vida. Y todas las mañanas me convenzo a mí misma de que será un día especial. Cada día, cada hora y cada minuto son especiales”. Hace muchos años, Arthur Gordon compartió en una revista un ejemplo maravilloso de esta filosofía; él escribió: “Cuando yo tenía más o menos 13 años y mi hermano 10, papá prometió llevarnos al circo, pero al mediodía sonó el teléfono; un asunto urgente requería su atención. Nos preparamos para la desilusión, pero luego lo oímos decir en el teléfono: ‘No, no estaré allí; eso tendrá que esperar’.“Cuando él volvió a la mesa, mamá sonrió. ‘El circo viene a cada rato, ¿no?’, dijo ella.“ ‘Lo sé’, dijo papá, ‘pero no la niñez’”.


El élder Monte J. Brough, que fue miembro de los Setenta, relata de un verano en la casa de su niñez en Randolph, Utah, cuando él y su hermano menor Max decidieron construir una casita en un árbol del patio de atrás. Hicieron planes para la creación más bella de sus vidas; recogieron materiales de construcción de todo el vecindario y los subieron a una parte del árbol donde dos de las ramas proporcionaban un sitio ideal. Fue difícil y estaban ansiosos de terminar. El imaginarse la casita terminada les daba gran motivación para terminar el proyecto. Trabajaron durante todo el verano y, por fin, en el otoño, justo antes de que se iniciara la escuela, la terminaron. El élder Brough dijo que nunca olvidará los sentimientos de alegría y satisfacción que sintieron cuando por fin pudieron disfrutar de los frutos de su trabajo. Se sentaron en la casita, le echaron un vistazo, bajaron del árbol y nunca más regresaron. El proyecto terminado, aunque era maravilloso, no pudo retener el interés de ellos ni siquiera un día. En otras palabras, el proceso de planificar, recoger, edificar y trabajar — no el proyecto terminado— proporcionó la satisfacción y el placer perdurables que habían experimentado. Disfrutemos de la vida en el momento de vivirla y, como lo hicieron el élder Brough y su hermano Max, en el trayecto encontremos alegría.

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